Como quizás hayáis intuido por mi ausencia del Blog durante las últimas semanas, he estado voluntariamente desconectado de Internet, pequeña cura de desintoxicación, re-habituándome a nutrirme de agua y sol y a pasar los días acompañado de cabras y perros, materias y presencias menos volátiles que los signos de la pantalla. Antes de encender el ordenador había pensado hablaros del nuevo ciclo de revoluciones que se anuncian, del indigenismo transfeminista de Bolivia, de Chile, de Perú, de Brasil…, de la historia de la colonización y de la historias, todavía por escribir, de aquellos que resistieron a la economía de la plantación y al esclavismo, de la necesidad de reeditar en francés los libros de Eric Williams y Hebert Aptheker…en fin, os hablaré de todo eso en mis próximos blogs, pero hoy, al volver a conectarme a la red tengo la tentación de hablaros de la primera imagen que he recibido. Se trata de una fotografía enviada por un grupo de franceses de la Manif pour Tous (que militan contra el matrimonio homosexual y la familia homoparental). Cuatro jóvenes en pantalones cortos y rosas y con el torso descubierto utilizan sus cuerpos para formar una torre, enroscando sus piernas y muslos para alzarse hasta la cima de una cruz, enarbolando la bandera de la familia heterosexual con fondo de cordillera montañosa y cielo azul. He tenido que mirar dos veces la procedencia de la imagen para asegurarme que se trataba de una “acción” de militantes anti-homosexuales, mi primera intuición fue pensar que era la portada “vacaciones en montaña” de la revista gay Têtu. Una desconcertante impresión semejante surge al observar las imágenes y acciones de los colectivos próximos al catolicismo integrista y a la extrema derecha francesa de Les Antigones o del colectivo masculinista Homen- Los hombres de verdad. Les Antigones se disfrazan de buenas “Mariannes” (largos vestidos blancos y sombreritos frigios tricolores) y llevan “pan y sal” a la embajada de Rusia para “mostrar su solidaridad con un pueblo amigo ultrajado por las Femen.” Los Homen pretenden restituir la soberanía masculina mostrándose a pecho descubierto (como las Femen, pero con antifaz) en la plaza de Hotel de Ville.
Si me permito hablarles de estas imágenes en un Blog dedicado a la práctica artística es porque me atrevería a afirmar que hay, detrás de estos nuevos activismos reaccionarios o de extrema derecha, un problema (llamémosle confusión, deriva…) de orden estético y performativo. Mi modesta hipótesis es que el despertar de los nuevos movimientos civiles de derecha y extrema derecha se acompaña de una paradójica referencia a las estéticas y las formas de acción performativas inventadas por los movimientos de la izquierda radical: los movimientos negros, los feminismos, los movimientos de disidencia sexual o el activismo anti-sida.
Las razones de este desplazamiento estético serían complejas a elucidar: quizás la derecha ha olvidado su herencia cultural: ¿Cuando la derecha homófoba se reclama heredera del homosexual y comunista Jean Moulin estamos frente a un olvido, a una negación o simplemente frente a un banal desconocimiento de la historia? ¿Cómo entender de otro modo la recuperación de Antígona como heroína que vestida de blanco va a llevar pan y sal a la embajada de Putin? Quizás no se atreva todavía a asumir sus auténticas referencias político-visuales: el futurismo, las estéticas fascistas, el naturalismo…
La derecha envidia el potencial emancipatorio, la creatividad social y la estética de la izquierda: envidia nuestras manifestaciones y nuestros cuerpos, envidia nuestra forma de mostrar la piel, envidia la energía sexual de nuestra protesta, envidia el estilo de la revuelta, envidia el modo en el que nuestro deseo sale del espacio doméstico para invadir la plaza pública convirtiendo la asamblea en una fiesta, envidia la insolencia de nuestras pancartas, envidia la inteligencia violenta de ActUp, el furor post-porno de Pussy Riot, la eficacia pop de Femen, envidia nuestra música y nuestros signos. Envidia semiótica, envidia somática. Envidia estética, envidia performativa.
Históricamente, las acciones negras, feministas y homosexuales se han caracterizado por el uso disidente del cuerpo en el espacio público. En los años 60, en un contexto geopolítico de guerra de descolonización, las minorías de clase, raciales y sexuales inventan nuevas formas de intervención política: los afroamericanos se niegan a ser fuerza de trabajo invisible, segregada; las mujeres heterosexuales se niegan a ser fuerza de reproducción encerrada en el espacio doméstico; los homosexuales, travestis y transexuales rechazan la condición de enfermos, su exclusión de la vida pública, y defienden su derecho a la plena ciudadanía. La presencia insistente del cuerpo de las mujeres, del cuerpo negro, homosexual o transexual en el espacio público es una respuesta a formas específicas de opresión y control biopolítico. Como bien intuyó Dick Hebdige en Subcultura- El sentido del estilo, las minorías sociales y políticas utilizan el estilo corporal (ya sea desnudarse o ponerse un velo) como estrategias que permiten interrumpir el proceso de normalización, reapropiándose de un cuerpo-código que les ha sido confiscado o resignificando un objeto o un espacio con el que han sido asociados de forma normativa. Pero, evidentemente, este proceso de reapropiación, “detournement” y de resistencia semiótica sólo es posible cuando la utilización del código se opone a la comunidad semiótica dominante. Y es ahí donde las acciones de la Manif pour Tous, Les Antigones u Homen comienzan a perder pie. Manejando signos y códigos de grupos subalternos, nuestros conciudadanos de derecha, representantes de la mayoría aún dominante, se acaban haciendo un lío. Los vestiditos blancos de Les Antigones sólo asustan a los amantes de la moda y los pechos descubiertos de los Homen (si no fuera por los antifaces) nos hacen pensar en un grupo de bears que se dirigen al Marais. Ya lo decía Deleuze, la diferencia fundamental entre la derecha y la izquierda, es que en la izquierda hay que pensar. Ah, y buenas vacaciones.