Hace unos días la Corte constitucional alemana creaba la sorpresa al anunciar la legalización a partir de noviembre de 2013 de un “tercer género” como opción en las inscripciones institucionales en el acta de nacimiento para los recién nacidos en el territorio federal. Alemania se convierte de este modo en el primer país de la Comunidad Económica Europea en reconocer un tercer género administrativo. Aunque según el gobierno alemán, el “tercer género” sería tan sólo una inscripción temporal que permitiría a los padres dar sexo “indeterminado” al bebé a la espera de que éste pueda realizar una elección autónoma, la existencia de una alternativa administrativa al binario representa un punto de fuga en el modelo de adecuación somática del género según el cual existen sólo dos sexos naturales sanos a los que corresponden dos géneros psíquicos y sociales. Australia y Argentina han realizado también en los últimos años modificaciones de los requisitos administrativos a través de los que se asigna el sexo. Estos cambios no son casuales. Nos encontramos frente a una crisis epistémica en el sistema de representación del sexo semejante a la crisis que en el siglo XVI llevó desde la representación Ptolemaica del movimiento de los planetas a la representación heliocéntrica. Al sistema de representación del sexo le aguarda una revolución copernicana que parece no satisfacer a aquellos que hasta ahora habían tenido la hegemonía político-sexual.
La asignación del sexo del bebé es un proceso social y político altamente regulado. El sexo de un cuerpo sólo puede ser determinado dentro de lo que podríamos llamar con Michel Foucault un “aparato de verificación” dado, es decir de acuerdo con un conjunto de prácticas discursivas y de técnicas de representación visual que permiten decidir de lo verdadero y lo falso. Los discursos capitalistas y coloniales de la Europa de finales del siglo XIX, centrados en la maximización de la reproducción de la nación, funcionan con un “aparato de verificación” del sexo binario, en el que los cuerpos son gestionados de manera diferencial dependiendo de si son considerados potenciales úteros gestantes o potenciales productores de esperma. La crisis de este sistema de representación comienza ya a finales del siglo XIX con la gestión violenta de los así llamados hermafroditas, cuerpos cuya anatomía genital no puede ser calificada ni de femenina ni de masculina. Desde ese momento el discurso médico y legal se enfrenta con la existencia de una multiplicidad de cuerpos que exceden y desbordan el aparato de verificación binario. Los protocolos de asignación sexual que sirven todavía hoy para determinar el sexo de un bebé en Occidente surgieron de la respuesta que un grupo de pedopsiquiatras del Hospital John Hopkins de Baltimore dio a esta crisis epistémica en los años 1950s. El equipo de John Money decidió que, probablemente, era políticamente más rentable modificar el cuerpo de los bebés hermafroditas (a los que denominó Intersexuales), con la ayuda de violentas técnicas quirúrgicas y hormonales, que cambiar el aparato de verificación binario del sexo.
Aunque funcionamos todavía con los protocolos Money, las nuevas técnicas de lectura cromosómica, genética o bioquímica inventadas durante los últimos años no han hecho sino poner en cuestión la validez del aparato de verificación binario del sexo. Se habla hoy en los debates científicos de 5, 6, 7 o incluso n+1 sexos. Los activistas intersexuales, queer, transfeministas y por la diversidad funcional demandan el reconocimiento de la multiplicidad somática, psíquica y política del cuerpo y solicitan el cambio urgente de los protocolos de asignación sexual. Sin embargo, la modificación de los aparatos de verificación a través de los que un cuerpo es reconocido como humano y socializado está hoy confiscada por los nuevos expertos: no únicamente los biólogos o médicos, sino también ingenieros sociales, representantes religiosos, lobbys de las industrias farmaceúticas, textiles, alimenticias…, diversos managers y gestores políticos. Mi hipótesis es que una sociedad no puede afirmarse democrática si sus ciudadanos no pueden acceder a la producción y a la modificación de los aparatos de verificación a través de los que son gobernados. La democratización efectiva de una sociedad podría medirse de este modo: la participación y el acceso a definir los contornos y alterar los términos de los aparatos de verificación a través de los que se atribuyen las oportunidades de vida y muerte – de normalidad y patología, de salud y enfermedad.
Frente a una sociedad en la que sólo los expertos (científicos, industriales, profesionales de la práctica gubernamental…) tendrían acceso a la modificación de los aparatos de verificación es preciso defender una sociedad en la que los aparatos de verificación sean espacios abiertos a la creatividad social. Y es ahí donde la tarea del artista y del crítico cultural resultan indispensables: para imaginar otros aparatos de verificación posibles. El artista y el crítico son “activistas culturales,” por decirlo con Douglas Crimp, en la medida en la que práctica artística y la crítica son los lugares en los que se ponen a prueba y se experimentan nuevos aparatos de verificación y nuevas técnicas de subjetivación disidente.
Daré un ejemplo de la capacidad de la práctica artística para funcionar como una técnica de verificación disidente que podría producir otro régimen de verdad en la que el cuerpo ya no es identificado como normal o patológico con respecto a su distancia frente a los paradigmas político-visuales de la masculinidad y la feminidad. Sería posible recorrer de este modo la exposición que se puede ver estos dias en la Galería Belvedere de Viena en la que se reconstruye el contexto en el que surge la obra del escultor Bruno Gironcoli (1963-2010). La exposición articula en torno al trabajo de Gironcoli una red de prácticas que van desde las esculturas de Carl Andre, Louise Bourgeois o Franz West, las performances e instalaciones de Joseph Beuys o Jürgen Klauke hasta las pinturas de Francis Bacon o los videos de Matthew Barney o Bruce Nauman. Me aventuraría a decir que las prácticas del contexto Gironcoli forman en su articulación un aparato de verificación disidente que permiten elaborar eso que Charles Taylor denomina un “nuevo imaginario social” o por decirlo con Michael Warner un “contrapúblico sexual.”
La Lying Figure (1969) de Francis Bacon distorsiona el aparato de verificación en el que un cuerpo femenino se hace visible como objeto de deseo de la mirada masculina; en la Cell (1992-1993) de Louise Bourgeois el espectador se encuentra frente a frente con el cuerpo desubjetivado por el sistema de representación de la histeria; los “Adaptative” de Franz West dejan de ser esculturas portátiles para convertirse en prótesis que modelan un nuevo cuerpo social; en las Self-Performances (1972-1973) Jürgen Klauke fabrica una corporalidad material que desplaza y excede el régimen de verdad del sexo binario. No es casual que la escultura y su relación con la historia de la tecnología constituya el centro de la obra de Gironcoli: se trata aquí de inventar nuevas coordenadas en las que la materia se convierte en cuerpo.
La escultura de Gironcoli funciona como un sistema abstracto de representación del cuerpo que se opone no sólo a las coordenadas de la tradición del humano clásico, sino también a las de los protocolos Money. “Gironcoli es un morfologista de las máquinas, un Dadaista de la era de la reproducción biotecnológica, un Burroughs de sistemas técnicos y de volúmenes, un sampleador hip-hopero que mezcla trozos de la anatomía política y de la historia del diseño…Las esculturas de Gironcoli no son ni antropomórficas ni zoomórficas, ni masculinas ni femeninas, sino más bien ensamblajes sistémicos de una multiplicidad de cuerpos y aparatos pansexuales. Son cortes y pliegues en la materia textual tecno-viva de la historia de la biopolítica…Por ejemplo, la escultura Ohne Title (1995-1996/2004) es a la producción biopolítica del siglo XXI lo que la Piedad de Miguel Angel era a las representaciones teológicas de la maternidad en el Renacimiento y lo que Eternal Idol de Rodin era a amor heterosexual romántico de finales del siglo XIX. Si tenemos en cuenta el resultado multi-especies, podríamos decir que Ford y Monsanto han tomado el lugar que antes ocupaban Papá y Mamá y que están practicando una forma de “hipersexo” con Ikea. De esta cópula salvaje de industrias nacen fetos humanococodrilomisiles.”* La obra de Gironcoli permite vislumbrar otros modos de ser cuerpo, de existir materialmente, y por tanto nos invita a imaginar otro modo de gobernar y ser gobernados, otra forma de gestionar colectivamente la diferencia.
*Ver Beatriz Preciado “After Organicism: Gironcoli’s Techno-Somatic Fictions”
en catálogo “Gironcoli: Context” editado por Bettina M. Busse y Agnes Husslein-Arco, Belvedere, Vienna, 2013.