El pasado fin de semana organizamos en el Museo Reina Sofía de Madrid un taller y una conferencia ecosexual con las artistas Annie Sprinkle y Beth Stephens. Me alegra pensar que mientras los colectivos católicos integristas y la extrema derecha francesa se manifestaban contra el matrimonio homosexual y la filiación homoparental en las calles de París, en el parque del Retiro de Madrid, un grupo de 40 personas auspiciados por Sprinkle y Stephens, celebrábamos una ceremonia de matrimonio colectivo con la Tierra. Estos fueron nuestros votos: “Tierra, te prometemos ser tus amantes. No nos dejes alejarnos de ti. Te prometemos amarte hasta que la muerte nos acerque definitivamente a ti.” Somos un ejército de amantes unidos contra el Imperio de la guerra.
Al mismo tiempo que nosotros nos casábamos colectivamente con la Tierra, los manifestantes anti-matriomio gay hacían de la “naturaleza” el garante de la hegemonía humano-heterosexual. La vanguardia de la manifestación estaba compuesta por dos burros sobre cuyas espaldas se había colgado el lema: “Soy tan burro que he votado Hollande.” En el cortejo podían verse también pancartas en las que la ley del matrimonio homosexual se criticaba como una forma de “negacionismo de la naturaleza” (en un giro perverso de las retóricas anti-nazis) y carteles con la fotografía de un chimpancé junto al eslogan: “¿Por qué no casarse también con él?”
Nos encontramos en un momento histórico crucial en el que nuevas tecnologías y nuevas relaciones de poder están recodificando el trabajo inmaterial (la producción de signos) y la producción biopolítica (las relaciones sociales, la reproducción de la vida, el trabajo afectivo). De ahí que, en el transfondo de la crisis económica, las tensiones entre “naturalistas conservadores” y aquell@s que luchan por inventar prácticas de emancipación social no dejen de agudizarse.
Estas acciones públicas (la manifestación anti-matrimonio y anti-filiación homosexual y la boda de Sprinkle y Stephens con la Tierra) explicitan dos formas de entender la naturaleza y el dominio de lo político, así como dos programas de organización social, de producción y de reproducción de la vida. Por una parte, la tradición del heterosexismo antropocéntrico, modelo epistemo-político central del capitalismo colonial, según el cual el humano heterosexual es “por naturaleza” el único que está capacitado para acceder a las técnicas de gobierno. Al lumpenproletariado biopolítico (las mujeres solas, los animales, los no-heterosexuales, la Tierra, los discapacitados…) nos toca ser gobernados, cuando no explotados o devorados. Por otra parte, se viene elaborando un proyecto político disidente que busca redistribuir el acceso a las técnicas de gobierno entre todos aquellos que junt@s formamos un ecosistema vivo.
Inspiradas por el trabajo de Linda Montano, Annie Sprinkle y Beth Stephens iniciaron en 2005 un proyecto de siete años de rituales públicos de bodas. Desde entonces se han casado más de 50 veces con la Tierra, las montañas, los bosques, el agua, el mar, la luna, las rocas, el sol…y con más de 3000 personas.
Antes de su encuentro artístico, las trayectorias individuales de Sprinkle y de Stephens podrían reflejar dos líneas de fuerza de eso que, siguiendo la denominación de Lucy Lippard y Laura Cottingham, se ha dado en llamar “arte feminista”: mientras que Stephens intervenía en los códigos específicamente artísticos de la galería y del videoarte introduciendo representaciones de la cultura lesbiana y queer; Annie Sprinkle, actriz porno y activista, comenzaba una tarea de análisis y crítica de los códigos de la representación sexual de la pornografía dominante, al mismo tiempo que militaba por la defensa de los derechos de l@s trabajador@s sexuales. Annie Sprinkle aparece como una figura clave para entender los debates en torno a la pornografía que marcaron los años ochenta y noventa en Estados Unidos: frente al feminismo pro-censura, articulado por autoras como Andrea Dworkin y Catherine MacKinon, Sprinkle (anticipando la desontologización del género de Gayle Rubin y Judith Butler) desvela las técnicas performativas que producen la “verdad del sexo”, así como la feminidad y la masculinidad en la pornografía dominante. Sprinkle denomina “post-porno” este giro crítico y las estrategias de agenciamiento que de él derivan. La obra Post-Porn Modernist, coreografiada por Annie Sprinkle y Emilio Cubeiro (colaborador también de artistas como Richard Kern, David Wojnarowicz o Rosa von Praunheim) y la peformance The Public Cervix Announcent, en la que Sprinkle propone al público observar el cuello de su útero con la ayuda de un speculum, serán algunos de los momentos más significativos en este proceso crítico.
Mientras que los años ochenta estuvieron marcados por la tensión entre el feminismo pro-censura y el feminismo pro-sexo, la primera década del presente siglo se ha caracterizado por la emergencia de un conjunto de estrategias políticas y estéticas de des-identificación de la categoría “mujer” (cultura drag king, movimiento intersexual, transgénero, diversidad funcional y crip-queer, indigenismo queer…) que sacuden y desestabilizan las normas coloniales y biopolíticas de producción del cuerpo, del género, de la raza y de la sexualidad. Aquí el término “post-pornografía” se convierte en un concepto-mapa que más que determinar una teoría o una estética, permite conectar una pluralidad de estrategias de intervención y de representación sexuales disidentes. Las bodas con la Tierra señalan el paso en la obra de Sprinkle y Stephens del post-porno a la eco-sexualidad, y anuncian el desbordamiento de la “estética relacional” a una sexecología política. En las bodas performativas, el amor como relación inmanente es el significante fluido, multi-mediatizado e inmaterial que pone en marcha la producción del espacio público, del activismo comunitario y de la sostenibilidad eco-sexual.
Las bodas eco-sexuales son laboratorios de transformación de la subjetividad en los que los participantes modifican la estructura de su percepción y construyen formas de relación y filiación que van más allá de la alianza binaria entre dos cuerpos humanos de sexo diferente (o incluso del mismo sexo). Se trata, como quería Félix Guattari, de provocar una revolución en “los dominios moleculares de la sensibilidad, de la inteligencia y del deseo.”
Sprinkle y Stephens rechazan las categorías sexuales médico-jurídicas (homosexualidad/heterosexualidad) y se afirman como “amantes de la tierra”, “acuófilas”, “teráfilas”, “pirófilas” y “aerófilas”, iniciando un proceso de re-erotización del mundo que pone en cuestión la jerarquía de las especies, la definición reproductiva de la sexualidad y la estratificación política del cuerpo:
Acariciamos las rocas, gozamos con las corrientes de agua, admiramos las curvas de la tierra. Hacemos el amor con la Tierra con todos nuestros sentidos. Somos sucias.
Esta proliferación afectiva que se extiende a todo y a tod@s no es sólo un ejercicio de des-heterosexualización de la relación, sino de des-humanización de los vínculos, que busca redefinir el amor (fuera de los lenguajes románticos, religiosos, e institucionales) en términos ecológicos y artísticos.
Si Annie Sprinkle y Beth Stephens proponen casarse con la Tierra es, entre otras cosas, para conceder a la Tierra los mismos derechos que el cónyuge adquiere frente a la ley a través de la “humanista” ley del matrimonio. Esta propuesta es similar a la que los activistas indígenas Bolivianos o amazónicos hacen cuando proponen reconocer al Agua o a la Tierra como “sujetos de derecho” en la Constitución del Buen Vivir. Algo semejante propone Bruno Latour cuando, apelando a “Gaia”, nos invita a extender la teoría política más allá de lo humano y llama a la formación de un “parlamento de las cosas” que incluya no sólo a los humanos, sino a todos aquellos que participamos en el sistema global tecnovivo.
Si quieres convertirte en amante de la Tierra, los próximos talleres ecosexuales serán en Emmetrop, Bourges (Francia) del 4 al 7 de julio y del 20 al 27 de Julio en Colchester, Essex (UK). (http://ecosexlab.org/)